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domingo, 6 de noviembre de 2016

Pino

          Esta mirada no es una mirada cualquiera. Es la del amor, del agradecimiento, de la dulzura, de la serenidad, de la tranquilidad, de la paz y de la felicidad.



          La de hoy es una mirada nueva y llena de esperanza, pero hace unos años esos ojitos también fueron el reflejo del miedo, del dolor, del sufrimiento y de la injusticia.

          Todo empezó en junio de 2015. Una llamada... ¡Una más! Un aviso de un perro abandonado en la carretera... ¡Uno más! Un perro pequeño, con muy mala pinta y muy salvaje, decían... No se deja coger, tiene miedo...

          A pesar de mi agotamiento físico y psicológico, decidí coger una trampa y acercarme al lugar y, nada más llegar, lo vi, echado de lado en la carretera, con los ojitos cerrados... Demasiado tarde, pensé, está muerto. Entre lágrimas, me bajé del coche para recoger este cuerpito tan castigo por el abandono. No podía dejarlo allí, como si su muerte, al igual que su vida, no le importara a nadie.

          Me acerqué y...  ¡Milagro! Pino, como más tarde lo bauticé, se levantó y... ¡Echó a correr! Me subí al coche rápidamente, le seguí, le adelanté, coloqué la trampa y me alejé.

          Pronto, el hambre pudo más que el miedo y Pino quedó atrapado. Su vida ya iba a cambiar.



          Solo fue al llegar a casa, encerrada en el cuarto baño, cuando me atreví a sacarle de la trampa. Aquel perrito asalvajado entendió enseguida que no debía tener miedo, que ya estaba a salvo y, por muy increíble que parezca, estoy convencida de que comprendía las promesas que yo le murmuraba entre sollozos: se iba a poner bien, nunca más pasaría hambre o frío, nadie jamás volvería a hacerle daño y yo siempre le iba a querer.

          Solo tenía unos 2 añitos. Tenía los dientes rotos, quién sabe si por una patada, una piedra o un atropello... Tenía cicatrices, uñas larguísimas, parásitos y su piel.... ¡Dios mio! ¡¡¡¡Su piel!!!! Toda su piel, desde la parte de debajo del cuello, pecho, barriga y entrepierna era negra, gruesa y seca. Parecía la piel de un elefante. El pobre no podía ni levantar la pata para orinar. ¡¡¡Y el olor!!! ¡¡¡Qué olor!!! Era horroroso.




          Una pronta visita al veterinario me reconfortó. Pino se iba a recuperar, con tiempo y paciencia. Tenía una enfermedad no contagiosa debida a la falta de higiene y alergia a las pulgas.

          Baños cada 2 días, cremas y antibióticos y poco a poco fue mejorando.
Pero, si la recuperación ya de por sí era increíble, lo que más asombraba a todos los que conocían a Pino era su carácter.

          Desde el primer día fue un miembro más de la casa, limpio, bueno, cariñoso, sociable, generoso, agradecido... No hay bastante adjetivos para calificar a este perrito de mirada tan tierna.

          Y seguramente eso fue lo que vió Karin en él... A esta maravillosa chica alemana no lo importó su aspecto ni el hecho de que aún necesitaría tiempo para recuperarse. Karin se enamoró de Pino, de su mirada tan acaparadora  y decidió adoptarlo... Pino viajó a Alemania para reunirse con su nueva dueña al final del verano y desde entonces no se han separado.





          Recibo noticias a menudo y cada foto que veo es para mí una alegría inmensa. Pino es hoy un perro feliz, mimado y amado...

          He cumplido mi promesa Pino... Jamás volverás a sufrir y yo siempre te tendré en mi corazón.

Por Dominique Lecroc Gabillard

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