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lunes, 23 de octubre de 2017

Tuna, Esperanza en una vida mejor


ESTA ENTRADA CONTIENE IMÁGENES DE HERIDAS ABIERTAS.

     No hace falta que la presente, todos recuerdan a la perrita que bautizamos como Esperanza. Su caso escandalizó a tanta gente que incluso hubo una manifestación pidiendo justicia para ella. Justicia que llegó, ya que su agresor y antiguo dueño fue juzgado y condenado por maltrato animal.


     Sin embargo, ni la condena ni el juicio aliviaron en absoluto el dolor físico provocado por las lesiones de Esperanza.

     Los primeros días de esos más de dos meses de ingreso fueron complicados, no estábamos seguros de que fuera a salir adelante, estaba muy débil y los daños en el cerebro eran tales que era un milagro no solo que caminara, viera y oliera, sino que siguiera con vida.


      Tenía muchas heridas abiertas en la cabeza, los huesos del cráneo había sufrido tal daño que se desprendieron, dejando el cerebro al descubierto. Había perdido tanta sangre que tenía un fuerte anemia y su ojo derecho estaba tan dañado que era muy probable que lo perdiera. Pero, no sólo no se rindió nunca, sino que jamás tuvo mal carácter ni agresividad, ni siquiera hacia el veterinario que le infringía dolor con cada cura.


     Mucha gente se interesó por ella, recibió más visitas de las que eran recomendadas por el veterinario, pero todos esos buenos deseos y buena energía surtieron efecto, no sólo las lesiones del cráneo iban cerrando, sino que su ojo también se fue recuperando.



     Sabíamos que Esperanza nunca sería la misma, esperábamos que los horrores vividos la hubieran afectado psicológicamente hasta el punto de modificar su carácter, hacerla más miedosa o incluso agresiva hacía cierta gente, pero una vez más, nos asombramos al comprobar la capacidad para perdonar y confiar que tienen los animales.

     Esperanza siempre fue dulce, buena, y aunque lógicamente no le guste ver un palo, es capaz de pasear alegremente por la calle, es curiosa y olfatea todo, saluda a la gente sin miedo. Durante su ingreso, la saqué algún día y me sorprendía cómo se acercaba a todo el mundo, sus ojos reflejaban una alegría tremenda, como un niño en navidad.


     No conozco personalmente a su adoptante, pero no puedo respetarle más, sabiendo que desde el momento en que la rescató, aún con la posibilidad de que sus lesiones dejaran secuelas permanentes, estuvo con ella en todo momento, la visitaba, le presento a los miembros de la que sería su nueva familia, y le dio motivos para luchar y salir adelante. No pudo tener más suerte. Esperanza pasó a ser Tuna, nombrada por la planta que le salvó la vida. Hace ya tiempo que vive feliz con su familia, esperemos que por mucho tiempo más.