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jueves, 22 de diciembre de 2016

Albin

     Cuando supe de tu existencia, no eras más que otro gato salvaje y herido de una colonia aun sin controlar. Otra víctima más del abandono y del olvido, otro gatito más que ha de buscarse la vida para sobrevivir. Desconfiabas de la gente, no te dejabas coger... Pero el día que empezó la campaña de esterilización, el hambre pudo más que tus miedos y caíste en la trampa.


     La naturaleza te ha jugado una mala pasada: eres todo blanco, casi albino y, si bien esto puede ser sinónimo de belleza en otros países, aquí es prácticamente una condena a muerte: demasiado sol para tu piel tan clara y delicada.

     A pesar de tener solo 2 años, tus orejas eran dos llagas sangrientas que rascabas sin cesar. El dolor debía ser inmenso y la recuperación más que improbable. La veterinaria me llamó y me preguntó qué hacía contigo. Intentar curarte suponía un gran sacrificio, ya que eras muy salvaje y, sobretodo, el estado de tus orejas no era muy esperanzador, debido a que lo que vulgarmente llamamos "cáncer de piel" (en gatos) estaba muy extendido.


     De repente, tu vida estaba en mis manos. Yo tenía que decidir, y por supuesto, no fui capaz de quitarte el derecho a vivir sin antes intentar salvarte.

     Fueron 2 meses de ingreso en clínica, de mucha medicación y, sobre todo, mucha dedicación por parte de los veterinarios. A pesar de la incomodidad, del dolor y de la jaula, fuiste capaz de aprender a querer y te volviste un gatito cariñoso, dulce y tierno. Pero, a pesar de horas y horas de esfuerzo, tus orejas no mejoraban y tuvimos que replantearnos una vez más si no era ya hora de dejarte marchar.



     ¡No era justo! ¡Te merecías, al menos, conocer la calidez de un hogar! No era justo que vivieras tus últimos días en la fría jaula de la clínica, así que tomé una decisión: traerte a casa.

     Busqué en internet un remedio mágico y por primera vez oí hablar de la Kalanchoe. Según los testimonios, funcionaba. Así que... ¿Por qué no intentarlo? No había nada que perder.

     Conseguí la planta y empecé a aplicarte una pomada casera. No me atrevía a comentar nada... ¿Estaría yo loca? ¿Era mi imaginación o deseo tan fuerte de verte mejorar? No, ¡¡¡Era verdad!!! ¡¡¡Ibas mejorando!!! Día tras día, tus llagas se hacían más pequeñas, hasta que desaparecieron del todo. Aún me cuesta creerlo.





     No sé si de verdad fue la Kalanchoe, tus ganas de vivir, o tu agradecimiento por no dejarte morir. Nunca sabremos a lo que se debe este milagro, pero no importa, porque aquí estás, mi Albin, precioso gatito blanco, totalmente recuperado, cariñoso, dulce y, sobre todo... FELIZ.



 

Por: Dominique Lecroc Gabillard.

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